Una nota, una sinfonía
Por Jordi Vilá
Oigo una nota musical…ella sola me dice poco, apenas nada, tan solo un grito arrancado al instrumento. Ahora suena otra, y otra más allá, se abrazan, entrelazan, se sueltan, bailan entre ellas, una más altas otras más bajas, todas necesarias para el cuadro sonoro que están pintando.
Cada una sabe su sitio, es responsable de aparecer en el momento justo, ni un segundo antes ni un segundo después. Los interpretes van dándoles la salida a cada una en su instante preciso, virtuosos todos, conscientes de su valía y de la valía del conjunto, de nada valdría querer brillar sobre el resto con un tempo diferente del marcado por su líder.
Y como no tendría cabida la soberbia de quien se cree superior, tampoco la tendría la del perezoso o haragán, la del que se cree original y no concibe la riqueza del conjunto sobre su propia libertad, o la de aquel que pretende tocar una pieza distinta porque esa es su voluntad.
¿Oís ahora?, eso es armonía, es conjunto, es…melodía, cada cual en su momento, un momento para cada cual, todos engranados por una composición superior, como las gotas de agua forman una ola o como el grano de arena inocuo, llega a formar una duna o una playa.
Hablo del equipo, del equipo en el que cada cual, a fuerza de buscar ese bien común y que excede a uno mismo, es capaz de brillar en la medida en que el conjunto lo necesita, sin deslumbrar al resto ni dejarles a oscuras. No sufro porque otro me eclipse, sé positivamente que juntos somos capaces de iluminar un estadio y por el contrario, mi luz tan solo serviría para iluminarme a mi.
Me sumo a la unidad, a la generosidad de los otros y a la mía propia, sabiendo que eso es renuncia y elección.
¿Hasta qué punto soy capaz de unirme a otras notas y formar melodía?¿hasta qué punto soy capaz de acallar mi soberbia y enlazar mis virtudes con las de otros, formando algo superior a mi?
¿Quieres probar?