Trastolillo
Por Jordi Vilá
Oigo la sonrisa en tu mirada, veo el brillo de la alegría en la forma en que caminas hacia allí, decidido, seguro. Transmites el baile de tus sentidos a través de tu mirada franca y limpia, de tu sonrisa ancha, de tus palabras firmes.
Te has propuesto ver en cada bache una virtud, en cada problema una oportunidad, en cada noche un preludio del día, un espacio para el descanso y la renovación. Miras con sorna a esos seres enfurruñados que ven en ti a un competidor por llevarse a aquellas gentes; ellos hacia la oscuridad, tu hacia la luz, ellos hacia la frialdad, tu hacia la calidez.
Buceas en cada uno de nosotros, buscando esa chispa, esa tierra yerma o fértil dispuesta a coger la simiente del presente y del futuro y preñarla de esperanza, de vida, de color.
Veo tus ojos traviesos, tus manos menudas deshojando la libreta del pesar, dejándola sin argumentos, tornándolos arcilla que moldearás para que tome la forma que nos acoja. Oigo desde aquí tus risas desvergonzadas, tus chanzas al odio, al miedo, a la desesperanza, al sinsentido.
Me lo cuentas al oído mientras me encuentras abatido, y ese susurro se hace razón y la razón alegría y optimismo. Ayer no fue pero hoy será, y sabré hacerlo para que así sea y sepa contagiarlo.
Tu ves el sol más allá de las nubes, el hogar en la choza, el calor en el fuego, el crecimiento en la dificultad. Tu solo me miras y con eso me arropas, me acompañas, me haces grande y luminoso, y crezco en mi para que otros también lo hagan.
Hoy te he visto, Trastolillo, estabas en mi interior y supe verte, y eso me hizo fuerte y me dio valor. Hoy no temo, hoy todo es luz porque supe acogerte.