Tiempo
Por Jordi Vilá
Querríamos que todo fuera rápido, que todo llegara cuanto antes mejor, ignorando que cada cosa requiere su tiempo, como el bambú que, hasta pasados seis años, no rompe a crecer en superficie y, cuando lo hace, es capaz de alcanzar los 30 metros en un solo año.
Gentes con relaciones enquistadas desde que el recuerdo es tal, pretenden que todo se solucione tomando la pastilla azul como en Matrix, pero esa pastilla azul, simplemente no existe y es necesario el paso del tiempo para que las cosas maduren, como el niño necesita pasar por la adolescencia para llegar a la madurez.
Podríamos pensar que ojalá pudiéramos dominar el tiempo, pero eso nos impediría alcanzar los aprendizajes que nos trae la dificultad, el reto, la complejidad de la propia vida e incluso la misma alegría.
Y no solo es el tiempo, es la maduración que entre tanto se produce, los aprendizajes que llegan, la germinación hasta el punto óptimo, la nota que faltaba para concluir la sinfonía, todo ello lo que configura el tempo necesario.
Dicen que el maestro llega cuando el discípulo está preparado, ¿y si lo que ocurriera fuera que el aprendizaje siempre estuviera ahí, preparado, esperando a la madurez del discípulo para integrarse en él?, tal como un velo ante los ojos que, de repente, se desvaneciera y permitiera una visión limpia y trasparente.
No queramos llegar a través de atajos que impiden el crecimiento integral, dejemos que el tiempo nos permita errar, el error nos aporte conocimiento y el conocimiento, al fin, sabiduría.
Divinos artesanos, pasteleros, panaderos, cocineros, maestros del tiempo que saben que no por mucho correr tendrán sus sabrosos productos antes. La levadura deberá fermentar, la masa reposar y la grasa fundir. ¿Puede hacerse más rápido?, sin duda sabemos que sí y, ¿es el resultado el mismo?
Permitamos al espejismo del tiempo jugar sus cartas, tejer el tejido del reposo y conducirnos dónde nunca deberíamos llegar antes de hora.
¿Qué me aportará dejar de correr?