Síntoma o enfermedad
Por Jordi Vilá
Un buen día un presunto cliente corporativo, con el que nunca llegué a trabajar, me exponía la necesidad de realizar una formación en Comunicación a su equipo de dirección.
En aquella reunión estaban presentes la Dirección General y la Dirección de Recursos Humanos, y me estuvieron exponiendo los motivos por los cuales lo consideraban necesario, centrándose en la incomunicación entre las personas que formaban lo que el DG denominaba equipo y que, con suerte, formaba un grupo.
– Con la adecuada formación conseguiremos que haya un mejor nivel, mejore el clima y vayamos por fin todos a una – argumentaba.
A estas alturas, la imagen que me hacía era la de un grupo de personas con recelos y desconfianza manifiesta entre ellas, algo que impedía de facto la pretendida comunicación.
Les pregunté por los historiales de las personas y la Dirección de Recursos Humanos pasó a desgranar las virtudes de los 7 componentes, incluidos ellos mismos: formación superior en todos los casos, actividades de Team Building, formación en las mejores escuelas de negocios, etc., incluso en uno de los casos la persona se había formado con los programas de Dale Carnegie.
Aquí me quedó claro, o al menos ese fue mi diagnóstico, que no era formación lo que necesitaban, sino un trabajo en profundidad sobre el colectivo como tal y así se lo expresé, no recuerdo las palabras exactas pero vino a ser algo así:
– Mira, el problema no es que no sepáis de comunicación, creo que todos podríais dar clases al respecto, lo que veo es que hay desconfianza entre vosotros, miedo a expresar y compartir lo que sentís y la información de que disponéis –
En este punto, la mirada de Recursos Humanos se dirigió al suelo y proseguí:
– Hacer una formación de este tipo será tirar el dinero, os recomiendo trabajaros como colectivo, estructurar un proyecto de Coaching de Equipos y empezar un nuevo camino, de lo contrario, la tormenta os barrerá ya que cada cual velará tan solo por sus intereses –
Dirección General hizo una defensa numantina de sus virtudes como Equipo y acabó la reunión.
Un año después me encontré con la Directora de Recursos Humanos en otra organización y, nada más verme, sonrió y me contó el final de la historia:
– El problema era él, creador de desconfianza y malos rollos. Hicieron la formación y, al cabo de 6 meses, cinco de las siete personas abandonamos la compañía por coherencia personal –
¿Nos quedamos en los síntomas o buscamos las raíces del problema?