Ser fiel a uno mismo
Por Jordi Vilá
Esta idea fugaz ha pasado por mi cabeza y he pensado que no podía dejarla escapar, que debía profundizar en ella, ni que fuera tan solo porque, hoy por hoy, considero que si no me soy fiel a mi mismo, ¿cómo puedo guardar fidelidad a otras personas, valores o creencias?
Cuando hablo de ser fiel a mi mismo hablo de serlo a ultranza, no hablo de rigidez, hablo de la flexibilidad que puede aportar el estar plenamente identificado conmigo mismo.
Supongo que haberme saltado a la torera, en alguna ocasión, mis creencias y principios más fundamentales, me hace consciente de la sensación de miseria que experimenté. Nunca más acertada la frase de “por un plato de lentejas”, porque al fin y a la postre, no fue más que eso, visto desde la perspectiva del tiempo.
Puedo ser flexible en como voy a hacer determinada cosa, pero no en que voy a hacerla. Puedo decidir si trabajar en un oficio u otro, pero debo tener clara mi necesidad de no vivir del cuento, de dejar una sociedad más justa que cuando llegué a ella, eso es ser fiel a mi mismo.
Ser fiel a mi mismo implica marcar unos límites muy claros y no permitir que nadie los traspase, ¡ni siquiera yo!, o especialmente yo, diría. Guardarme esa fidelidad significa mantener encendida una llama en mi hogar interior.
Son tiempos en los que el cortoplacismo nos lleva precisamente a ser promiscuos con nuestra esencia, con nuestro verdadero yo, algo por lo que pagamos un precio muy alto, aún y cuando pudiera dar la impresión de que el resultado es lo que prima pero, ¿qué resultado, el que vivimos hoy o las consecuencias que quedarán por tan efímera victoria?
Quiero ser Yo y serme fiel a mi mismo, con todas sus consecuencias, incluso aquellas que sé que me habrán de penalizar porque entonces sabré que soy yo quien vive, quien actúa, quien padece, quien ama y quien sufre, no aquel otro que se traiciona por quién sabe que intereses ocultos que ni tan siquiera son tales.
Cuando me traiciono, la zozobra es la que invade mi interior, cuando apuesto por mi, es la serenidad la que preside mi estado de ánimo.
¿Cuál es el precio que pago por traicionarme?