Rosana, Crónica de un concierto
Por Jordi Vilá
Sábado por la noche, 20,00 h., llegamos al Pueblo Español de Barcelona una hora antes de que empiece el concierto de Rosana, la cantautora canaria que encandila a generaciones enteras. La cola es larga, muy larga, pero todos aguantamos bien el calor con la expectativa de lo que nos espera unos minutos más tarde.
La entrada es ágil, en la entrada nos miran las bolsas para descartar botellas y objetos arrojadizos, todo y así, los bocadillos tienen cabida en la fiesta y es que, realmente, se trata de una fiesta popular en la que estamos todo tipo de personas, padres con niños, miembros (como yo), de la segunda juventud y algún que otro miembro de la tercera.
A nuestro lado hay un grupito de 4 chicas que no pararían de saltar, bailar y cantar en toda la noche y que tenían un curioso parecido con nuestra hija pequeña.
En el ambiente se perciben gotas de alegría, perfume de buen humor y un chorro de optimismo que emana de la propia música con la que esperamos a nuestra escultora de palabras y sonidos.
Llegan los miembros de la banda antes que su guía, empiezan a tocar preparando al público que se vuelca en sus notas, hasta que llega Rosana con ese torrente de voz capaz de cautivar a todos los que tenemos en ella a nuestra musa de la libertad.
Su repertorio desgrana ese ritmo que nos subyuga, que hace de nosotros sus más fieles seguidores, el cuerpo, simplemente, no puede mantenerse quieto, Rosana es como un poderoso imán que nos atrae con su música, con su calidad humana, con su ritmo, con su buen humor que queda patente, en especial, cuando una pieza de la batería entra en coma y empieza a departir con nosotros en tono jocoso, con sus experiencias relacionadas con el verbo de una misma lengua, en distintas partes de su geografía.
Todas las canciones son coreadas, todas son bailadas y jaleadas, saltando, bailando y con una sonrisa en los labios, cuando no con la más expresiva de las caras. Manos que se enlazan, labios que se unen, pies que toman vida propia aquí y allá.
El concierto llega al final…o casi, ya que cuando se anuncia, nos regala aún con media docena de canciones en un plan más intimista y acústico, con ella sola en el escenario, haciéndolo pequeño con su presencia y haciéndonos grandes a todos y cada uno de nosotros.
Termina bajando a la plaza del Pueblo Español, haciendo de nosotros sus coros y, de ella, nuestra particular flautista de Hamelín. Una vez más, nos muestra su compromiso con la vida y con las personas, con todas ellas en su individualidad, con todas en su magnificencia.
Gracias una vez más, Rosana, por conseguir arrancar esa luz de esperanza que renace en nuestro interior.
Ahí va un enlace con una de las canciones que podrían ser himno en tal día como hoy:
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