Rechazo a admitir el halago
Por Jordi Vilá
Es curioso, desde la posición de observador, ver como el ser humano es tan reacio al halago, al reconocimiento, o bien nos pasamos al otro lado y pecamos de soberbia, recriminando a aquel que no nos ensalza.
La primera de las posturas, podemos verla en cualquier momento, al alabar a una persona, vemos como se levantan todas sus defensas, surgen las explicaciones no es nada, es algo natural…ha sido gracias a la participación de…sin dar tiempo a que ese reconocimiento se pose en el sujeto. Pueden surgir también conductas fronterizas que quieren evitar la situación, algo así como toses, risas nerviosas, movimientos, en resumen, conductas evasivas de una situación que, de hecho, nos desborda.
En determinadas ocasiones utilizo, trabajando con equipos, el reconocimiento como vehículo para el refuerzo de la autoestima personal y de la confianza. Veamos cómo con un caso práctico enmascarando a sus protagonistas reales.
Estuvimos trabajando varios meses en la facilitación de un equipo y, durante las sesiones, la verdad es que acabaron apareciendo algunos de los elementos que impedían un trabajar fluido entre ellos algo que, en algunas ocasiones, resultó perturbador e incluso conflictivo. Podríamos decir que fue algo así como una maratón vivida en el transcurso de cerca de un año, en la que afloraron emociones de todo tipo.
En la última sesión, en el momento del cierre del proyecto, pedí un voluntario que se colocaría en un punto de la sala y, frente a él, a su derecha e izquierda, se colocarían sus compañeros, formando un pasillo. Las instrucciones eran claras, vendaríamos los ojos del protagonista para que no pudiera ver nada ni intuir quién se iba a dirigir a él y, a partir de ahí, yo le iría guiando por el túnel, deteniéndome ante cada uno de sus compañeros, los cuales le harían un reconocimiento al oído.
Se trataba de avanzar poco a poco, permitiendo que las palabras calaran en su mente, algo así como un momento íntimo entre dos personas. El protagonista se limitaba a aceptar esas palabras y agradecerlas.
De ese modo, al llegar al final del túnel, le quitaba la venda de los ojos y dejábamos que el silencio reinara en la sala, a fin de profundizar en la emoción.
La mecánica era repetida con cada uno de los miembros del equipo hasta que habían pasado todos y, una vez finalizado el túnel de reconocimientos, vino la pregunta: ¿cómo os habéis sentido?, las respuestas fueron variadas, unas verbales, otras a través de sensaciones muy profundas, pero todas ahondaban en lo mismo, la dificultad de aceptar esos regalos, aún y percibiéndolos auténticos.
Nos culpabilizamos en exceso y nos cuesta admitir el elogio sincero y de corazón, ¿de qué nos queremos proteger, a qué tememos para adoptar esa actitud?