Personas
Por Jordi Vilá
Hace algunos días dupliqué la RAM de mi portátil, cambié su disco duro averiado y pensé en la maravilla que tenía entre manos, que bien funcionaba y que fiable era… hasta que vi una niña pequeña con facciones asiáticas, hablando en un catalán con fuerte acento mallorquín, y ahí me dí cuenta que la maravilla no son las máquinas sino los seres humanos que las construyen.
Venimos al mundo con nuestro disco duro casi vacío, tan solo con el sistema operativo, nuestro cerebro reptiliano, que nos permite ver, oír, respirar y tantas otras cosas y, poco a poco, sin darnos apenas cuenta, vamos adquiriendo las destrezas que nos permitirán ser personas autónomas.
Esa niña hablaba una lengua que, en otras circunstancias, le sería completamente ajena y su realidad, debida a una serie de causalidades, será del todo diferente a lo que su lugar de nacimiento había propiciado.
Pensemos en los cientos de miles de impactos que recibimos a diario y la pequeña parte que nuestro cerebro selecciona como útiles y que, por tanto, guarda en nuestra memoria consciente, sin que otros muchos queden desechados ya que quedarán guardados en nuestro inconsciente, a punto para ser rescatados en circunstancias muy concretas.
Pensemos ahora en un simple paseo por la playa y veamos los datos que nuestro cerebro analiza, contrasta y archiva, datos como temperatura, humedad, distancias, aromas, texturas…todos ellos datos que nos permiten construir la realidad del momento y hacerla agradable o desagradable, permitiéndonos entrar en estados emocionales específicos sin apenas percibir el proceso.
Olemos el perfume concreto de un guiso y nos lleva a recuerdos de nuestra niñez, vemos a una persona que nos resulta agradable y nuestro cuerpo empieza a segregar una serie de hormonas que nos predisponen al contacto social.
Esto es el cuerpo humano, la mayor de las creaciones, con un pensamiento racional o irracional, más potente que el más potente de los paquetes de software, capaz de adaptarse a las más complejas situaciones y sorprendernos a nosotros mismos.
Cuidemos el cuerpo y cuidemos la mente, nuestro envoltorio, nuestras esencia y nuestra emoción, ya que el tiempo es finito. Hagamos de esta la más increíble de las vidas, percibámosla en toda su grandiosidad y permitamos que sea en la medida que lo quiera ser, sin encerrarnos en cárceles de creencias que nos limitan y nos oprimen, condenándonos a una vida que no es tal.
¿Cuál es el pensamiento que hay en ti ahora?