Padres, ¿Quién dijo que no se ocupan?
Por Jordi Vilá
Esta es una etapa maravillosa, no me cabe la menor duda, aunque me explicaré para no dar la impresión de ser un optimista desmedido.
Oigo aquí y allá hablar de padres (leerlo como el neutro para ambos géneros) que apenas se ocupan de sus hijos; pues bien, son las seis y cuarto de la tarde de un jueves en que he ido a documentarme, para iniciar un proyecto, a una biblioteca cercana y, ¡oh sorpresa!, me encuentro rodeado de progenitores de diversas niñas (estas sí, eran todas féminas), de entre 6 y 10 años.
No están armando alboroto, bien al contrario, hablan en voz baja, e incluso ríen en el mismo tono, están haciendo los deberes, o al menos eso deduzco de los libros, libretas y caras concentradas de las peques.
La verdad es que es algo que me llena de satisfacción, como decía el monarca; primero porque veo que hay padres que están por sus pequeños, segundo porque veo en sus caras auténtico interés por su desarrollo, tercero porque capto algunos retazos de conversación en los que la ocupación por ver como les ha ido el día es muy real.
Ahí está el futuro, en unos padres ocupándose realmente de sus hijos, de su salud física, cognitiva y emocional, no solo de unos resultados académicos que forman tan solo una pequeña parte de sus jóvenes vidas.
Supongo que tenía cara de atontado, dadas las risitas que suscité en unas hermanas que se daban golpes con el codo mientras me miraban, y es que una sonrisa se me había quedado en la cara.
La verdad es que no sé porque me sorprendí tanto, supongo que estaba contaminado por falsas creencias de la desatención de los padres hacia sus hijos, o las noticias de los noticieros que tan solo dibujan la maldad de la sociedad, obviando estampas como la que vivía en primera persona, como un espectador privilegiado, aunque eso no es noticiable.
Es posible que esas mamás y esos papás (un guiño al género, por favor), consideren que la educación de sus hijos es un valor primordial para ellos y que crean, y ahí me apunto a la creencia, que buenas dosis de amor, dedicación, comprensión y límites, harán de ellos adultos responsables y autónomos que puedan deshacer los entuertos que esta generación nuestra se empecina en crear.
No veía en las caras de los adultos sufrimiento o preocupación por lo que estaban dejando de hacer, más bien caras de interés, cariño y “presencia” con las pequeñas, seguramente porque en ello estaba su premio y su satisfacción, incluso en esos bigotes pintados del pan con chocolate de la merienda que una de ellas estaba devorando.
No sé como os llamáis pero, en cualquier caso, gracias Pedro, María, Cristina, Mónica o Juan, estáis forjando los cimientos del mañana con la arcilla de hoy.
¿Es este el camino?