Más vale una vez rojo que cien amarillo
Por Jordi Vilá
Esa es la frase que utiliza con bastante asiduidad una buena amiga, cuando quiere dar ánimos a ella misma o a alguien para que obre según su creencia, así que ahí va una nueva reflexión por si a alguien le puede ser útil y que es fruto, de vivencias personales y de la conversación con cientos de directivos de este país nuestro.
Las épocas son difíciles y hay que ser prudente; no pasa un buen momento y no puedo decírselo ahora; si se lo cuento, se va a rebotar, si…… pasamos media vida con esos condicionales, sin actuar como creemos que debemos hacerlo, asesinando, sí, asesinando, literalmente, nuestros principios (afortunadamente, tienen siete vidas y, en el momento preciso, reviven).
En el ámbito profesional, no nos podemos permitir la crítica amable y la lasitud si no, más bien, la rigurosidad generosa, aquella que nos lleva a dar el feedback preciso y que ayuda a crecer, aquel que, aunque escuece, cura, especialmente la soberbia y la creencia que me limita, llevándome a una visión excesivamente amable de mi mismo, en lugar de ser un espejo que refleja la realidad.
Podemos ver conflictos que quedan en el baúl de los “temas por resolver”, por temor a generar un mal ambiente o a tensionar una relación. Auténticas infecciones emocionales que, lejos de resolverse, quedan prestas a saltar en el momento más insospechado y más inoportuno. Muchos pocos que acaban haciendo un mucho, y todo por la cobardía de no afrontar un conflicto, de no abordar un desacuerdo que, gestionado en su momento, no habría ido mucho más allá.
Por eso hablamos de ponerse rojo una sola vez, actuando como honestamente creemos, en lugar de dejar que “lo políticamente correcto”, nos permita crecer en nosotros con la tonalidad amarillenta que provoca vivir en la mentira, en la falsa verdad o en la ocultación de los desacuerdos.
Y ahora, ¿con cuál de tus actuaciones amarillas vas a acabar?