Maestría y humildad
Por Jordi Vilá
Hace ya algunos años, recibí una de aquellas lecciones que quedan tatuadas con tinta indeleble en nuestra esencia, tal fue su impacto y su importancia, aunque entonces lo ignorara.
Tendría yo del orden de unos 30 años e iba a entrevistarme con el Consejero Delegado de una de las principales industrias farmacéuticas del país, tras sortear los filtros habituales en este tipo de cargos. Era un hombre cercano a los 60 y con aspecto de sabio, aunque no preguntéis que pinta tenían entonces los sabios, ya que lo intuí sin saber realmente el por qué.
Empecé mi exposición y mi interlocutor, no importa el nombre puesto que ni a él mismo le importaba, estaba absolutamente centrado en mi discurso, preguntando de vez en cuando, solicitando aclaraciones, haciendo matizaciones… en resumen, fue una de aquellas veces en las que me sentí realmente escuchado.
Ya cerca de nuestra despedida, notando que la reunión llegaba a su fin tras 90 minutos de animado intercambio, el directivo se me quedó mirando y me preguntó – ¿qué es lo que se queda en el tintero? –
– Usted es toda una autoridad en su ámbito, es conocido y reconocido en todo el mundo y yo, a su lado, no soy más que un principiante en el inicio de su carrera – respondí.
Ahí fue donde su cara se transformó en sencillez, comprensión y sabiduría para contestar – Mi querido Sr. Vilá, en eso se equivoca usted, puedo ser un cúmulo de experiencia e incluso sabiduría en mi campo, pero soy un ignorante en el suyo, del que usted es, aunque aún no lo sepa, un experto en ciernes, así que si quiero aprender, y le aseguro que siempre quiero, tengo que estar cerca de quien tiene el conocimiento –
La verdad es que ese cruce de palabras me dejó completamente sorprendido, nos despedimos y hoy puedo decir que nuestra relación profesional fue larga, haciéndome algunos de los encargos más significativos de mi carrera.
Ese día, hoy lo sé, percibí dónde estaba la grandeza de los hombres, dónde su sabiduría y su capacidad de liderazgo, aún y fuera de su círculo de autoridad: en la humildad, en la avidez de conocimiento y en la capacidad de aprendizaje ante sus propios alumnos y aprendices.
Hace unos días, pensando precisamente en aquel hecho, aunque no sabría decir el por qué, me surgió una frase que quería compartir en este artículo: El sabio no fue tal hasta que comprendió que jamás lo sería y, en la paradoja, alcanzó la sabiduría.
¿Abrazamos la humildad y en ella la sabiduría o continuamos con la soberbia preñada de ignorancia?