Los santos inocentes en la sociedad actual
Por Jordi Vilá
Disfruto viendo una auténtica obra maestra del cine español con un elenco de artistas como ha habido pocos en este mundo: Paco Rabal y Alfredo Landa en “Los Santos Inocentes”
Si no fuera porque retrata una España añeja, una España oscura, se diría que es el paralelismo con nuestro presente, con la oligarquía de políticos y banqueros y la mofa de lo que se dio en llamar la clase media y el pueblo llano, hundiendo al que ya estaba hundido y premiando al que, de por sí, se siente dueño del premio por su privilegio de rango.
Dice uno de lo protagonistas “hay que aceptar una jerarquía, unos debajo y otros encima, es ley de vida”, y así han llegado a creerlo unos y otros, o mejor dicho, algunos de cada bando, justo aquellos a los que el miedo y la soberbia han dado en pensar que la vida es tal como ellos la ven, independientemente de cómo es en ella misma.
Esta es la vida que nos retratan, la vida de ganadores y perdedores, sin la consciencia de que nada es permanente salvo el cambio y la transformación, ese tránsito que a todos nos lleva a algún sitio desconocido que nos ha de llegar.
La película tiene un final acorde con la historia y esperemos que ahí, se rompa el paralelismo con nuestro presente, la muerte del señorito, de la clase privilegiada, del oligarca, a manos de un loco que, más que eso, es quizás la sencillez y la justicia poética hecha hombre.
Algo está cambiando, como el cambio se produce en la película, en un principio de forma muy lenta pero cada vez con mayor rapidez, hasta llegar a la muerte, y en nuestras manos está el cómo. Hay demasiadas similitudes con la revolución francesa y con el estallido de la violencia social.
Una pizca de sentido común, un chorro de humildad y unas cucharadas de cordura es lo único que puede evitar el final trágico.
Mi optimismo crónico me hace pensar que saldremos de esta situación reforzados pero, de momento, la consciencia me hace una pregunta, ¿qué haré mañana para impulsar ese cambio social desde la serenidad y la esperanza?