La Batucada, fiestas de Gracia
Por Jordi Vilá
Martes 15 de agosto, 18,30h., barrio de Gracia en Barcelona, Cataluña, España, celebración de sus fiestas. Este es el contexto de lo que os voy a contar ya que ha sido, un año más, una experiencia digna de ser vivida.
Nos situamos en la plaza de la Vila, algo así como la plaza del ayuntamiento del barrio, donde unos grupos de batuqueros están junto a las puertas del edificio y, entre ellos, un eje común: caras de ilusión, ya sean féminas, varones o niños, cuyas edades de estos últimos estarán entre los 8 y los 12 años. Hoy, todos ellos vuelven a ese niño travieso que, con su percusión, sabrá traer esperanza, pasión y juego a la atmósfera.
Hay multitud de representantes de los medios de comunicación, locales y nacionales, subidos en una especie de tarima que hace las veces de mirador de la fiesta, necesario para la óptima labor que realizan cámaras de T.V. y fotógrafos.
Y la parte esencial de la fiesta: nosotros, los visitantes, los vecinos y amigos de la vila de Gracia, gentes de todas las edades, sentadas en cualquier sitio, desde una silla a un poyete, desde el sillín de una bici hasta los hombros de un papá condescendiente o de una mamá divertida con la cara de su chiquitín. La fiesta, el concierto, está hecho para la gente, sin distinción alguna.
Las caras son toda una lectura emocional de lo que está ocurriendo en la plaza, comisuras extendidas por la sonrisa comedida o por la carcajada franca, ojos que miran esperanza, pechos que suben y bajan esperando poder absorber toda esa energía que les servirá para pasar un año más. ¿desesperanza, odios y rencores?, es posible, pero no aparecen en este momento de espera en el que todo eso queda aparcado, relegado al fondo del cajón emocional.
En el círculo de los grupos de Batuca empieza el movimiento, piernas que ya no aguantan quietas, manos que acarician las mazas, baquetas y palillos, que atronarán como si se tratara de la más potente de las tormentas de alegría de la ciudad, ojos que gritan ¡acción!, sonrisas que nos envuelven y nos llenan de mil sensaciones.
Aparece en acción el guía de los distintos grupos, el aglutinador de sueños, el Hamelin de la fiesta que, con su silbato y su tambor, da comienzo a la lluvia de sonido: la sinfonía ha empezado y se ve en la alegría de los participantes y de los espectadores, concentrados unos, ceño fruncido, alta concentración, sueltos otros, saltando y dando rienda suelta a su emoción.
Se funden las expresiones de mayores y pequeños, si tuviéramos un sismógrafo, probablemente rompería la escala de Richter. Ojos que entrecruzan miradas, furtivas unas, francas otras, aquí y allá.
El concierto termina y gruesos goterones de sudor perlan las caras y las espaldas de los maestros de la diversión, cuyos rostros reflejan la grandeza de la labor realizada: aportar aire fresco, otra mirada, a una realidad cargada.
¿Qué haremos nosotros para aportar ese aire fresco a nuestra realidad?