Jam session en gestión
Por Jordi Vilá
El otro día escribía un artículo en el que me imaginaba como una nota musical disfrutando simplemente de ser nota, formando parte o siendo un vals con unas gotas de salsa.
Hoy mi mente me ha llevado, en una de las intervenciones realizadas con un equipo de trabajo empresarial, a ver como, en ocasiones, los equipos se comportan como si fueran una sinfonía, con cada nota en su sitio, todo perfectamente ordenado, con un tempo y un ritmo perfectamente pautado y otras, por el contrario, necesitan del caos de una Jam session, ¿o quizás no es un caos?
Un equipo de personas que se conoce bien, o quizás no tanto, pero que siente en sus entrañas, como lo sentirían los saxos, una complicidad gamberra, una complicidad que excede a lo comprensible y se torna, simplemente, un fluir de unos con otros, como si el camino estuviera marcado sin estarlo.
Veía como ese caos necesitaba existir dentro del sistema, como cuando ese grupo de músicos coincide en un escenario y empiezan a arrancar las notas de sus instrumentos, dejándose guiar por su ritmo, por su intuición, por la comunión entre sus notas, aún por nacer en el aire pero vivas ya en su Ser.
Los equipos necesitan de ambas situaciones, las estructuradas, fijas y normalizadas, pero también las locas, caóticas e improvisadas, dejando al universo conectar esas intenciones a fin de crear el mayor de los espectáculos, el del libre fluir.
En una ocasión, trabajando con un equipo sometido a alta presión, descubrimos que necesitaban de ese caos para poder ordenarse internamente, necesitaban la erupción del volcán para poner sentido a lo que estaban haciendo, siendo ese tiempo invertido un tiempo de regalo para sus mentes, para sus esencias, para el propio equipo en si mismo, que buscaba su homeostasis en la explosión de energía que necesitaba ser expelida.
Fijémonos como, en esa jam session, la música surgida es una auténtica delicia para los oídos, como lo puede ser la improvisación en la gestión de un equipo. No todo debe ser control, no todo debe ser ortodoxo, no todo tiene que regirse por un modelo que, en ocasiones, lo tiene en su propia anarquía.
¿Nos atrevemos hoy a lanzar nuestra sinfonía desordenada?