Hay cosas que requieren su tiempo. La maduración de un Equipo
Por Jordi Vilá
Si se te escapa el autobús, corre, si te persigue un perro, corre, si alguien te quiere agredir, corre, lo más rápido que tus piernas te puedan llevar, corre, corre, corre. Corre, Forrest, corre, como le decía a Forrest Gump su amiga Jenny cuando le perseguían unos zafios matones de escuela.
Pero no todo requiere prisas, es más, hay cosas que requieren tiempo, mimo y cariño, un buen guiso, una caricia, una conversación junto al fuego, un paseo por el monte… miles de cosas que requieren su tiempo, algunas de las cuales, caso de acelerarse, se destruyen, como la complicidad entre los miembros de un equipo, algo que no puede comprarse, que no puede acelerarse.
Rogers (1973) lo describe perfectamente en su libro Grupos de encuentro, al observar que, conforme pasa el tiempo, se hace más patente la diferencia entre el caparazón externo y la esencia del individuo, el cual la mantiene a buen recaudo, temeroso de que sea rechazada, aunque esto cambia en cuanto toma consciencia de que es más aceptado contra más natural se torna.
En los años que llevo facilitando grupos he podido constatar que los equipos adolecen inicialmente, en la mayoría de casos, de esa complicidad en que las palabras son sustituidas por miradas, gestos y rituales, transformándose su comunicación en una suerte de baile solo comprendido por ellos mismos.
Eso es así porque el ser humano necesita su tiempo antes de empezar a descamar su armadura oxidada; no lo hará ni un segundo antes de estar preparado para ello y, cuando lo haga, será con plena consciencia de seguridad, con la sensación de que está acogido por un espacio seguro que le permite mostrar de forma valiente su vulnerabilidad y su fortaleza.
He encontrado líderes que, con toda la buena intención del mundo, eso sí, pretenden acelerar el proceso, impartir unas cuantas clases de trabajo en equipo, unas actividades lúdicas y poco más, y ahí es cuando resulta que construir un equipo es eso…y mucho más.
Tengo muy vivo el recuerdo de un concierto con que nos regaló el Jove Cor de Gospel del Conservatori del Liceu, allá por 2008, con Ramón Escalé al frente, en un entorno privilegiado como la iglesia de St. Pau del Camp. En él, había una auténtica complicidad hacia su director y entre ellos, un guiño, una sonrisa, una mirada y la energía se transformaba. Ese día ví, posiblemente por vez primera, la esencia del liderazgo y de la complicidad de un equipo.
Demos a nuestros equipos el tiempo y el espacio para construir ese entorno seguro y valiente o resignémonos a tener un simple grupo.
¿Estás dispuesto a construir ese espacio?