Esencia
Por Jordi Vilá
Una de las prácticas más enriquecedoras que realizo en algunos programas es visitar la esencia de otra persona, un ejercicio en apariencia sencillo pero que, a la hora de la verdad, deviene de gran complejidad.
La simplicidad estriba en mirar a los ojos de la persona que tenemos delante, algo en apariencia sencilla. Empezamos por el cuerpo entero, seguimos con la cara, y sus detalles yendo después a los ojos, antesala de una estancia mucho más rica: la esencia.
No es algo que sea fácil, decía antes, y no lo es porque esa entrada debe ser permitida y solo lo será si la persona con quien estamos nos abre sus puertas, puertas que llevan a la parte esencial de ella, una parte dónde sabemos que radican ilusiones, miedos, virtudes, defectos, …
¿Cuántas veces he encontrado una mirada invasiva? ¿cuántas me he sentido agredido por una mirada en exceso intensa?
Cuando esa puerta permanece cerrada, podemos ver miradas huidizas, toses, carraspeos o risas un tanto histéricas, todas ellas conductas evasivas que no pretenden otra cosa que mantener la puerta cerrada.
La experiencia viene a durar entre 5 y 10 minutos y suele ser enriquecedora para aquellos que franquean esa puerta. Sienten que son invitados a un lugar privilegiado y, a su vez, sienten como sus propias puertas se abren al otro, dejando paso libre a su interior.
Los comentarios tras esa vivencia, acompañada siempre por una música relajante y una narración que va guiando por las diferentes etapas del camino, suelen ser de gran profundidad y es que el transito que se ha realizado no deja a nadie indiferente.
Cuando acabamos, la mayoría de las veces y sin instrucción alguna, aparece el abrazo sentido, de agradecimiento por haber sido cuidadosos en la entrada y por haber permitido la entrada en nuestra parte más sensible.
¿Visitamos la tuya?