El día en que las cosas me secuestraron
Por Jordi Vilá
Un buen día, me di cuenta de que ninguna de las posesiones que estaban a mi alrededor me causaban la plenitud que, en mi infancia y adolescencia, me habían vendido que me causarían, más bien al contrario, el poseerlas me causaba una especie de dependencia de ellas, un apego insano que las tornaba imprescindibles para mi, aunque eso no fuera una más de las falsedades en las que vivía.
Tan solo el temor a perder el statu quo que me concedía aquel coche, aquellas vacaciones, aquella casa o aquellos trajes, me producía una suerte de inquietud que me provocó incluso algunos desordenes físicos, aspectos tales como espalda contracturada, piezas dentales desgastadas en exceso por el bruxismo, cefaleas, migrañas, úlceras…
Increíblemente, por más que pensara que era el dueño de todo aquello, nada más lejos de la realidad, puesto que eran los objetos los que me tenían secuestrado. No me dejaban ir, me seducían con sus lujos y oropeles, con la aceptación que los mismos causaban en los ecosistemas en los que andaba inmerso.
Un buen día mi relación profesional tradicional llegó a su fin. Debo confesar que pensé que la afectación sería muy leve pero ahí si que andaba equivocado; al entregar las llaves de mi coche corporativo, se produjo una suerte de amputación de uno de mis miembros más preciados que, aunque no formara parte de mi cuerpo físico, sí lo hacía de mi cuerpo emocional.
En ese momento empezó un tránsito que ya no tiene fin, un camino iniciado por las cartas que me deparaba el destino y que supusieron una andadura compleja, aceptar unas emociones, unos sentimientos que me desconcertaban una y otra vez, hasta que la propia meta, se convirtió en camino y cada paso, un éxito en sí mismo. Las cosas antaño de gran valor, empezaron a tornarse plenamente prescindibles, relaciones que habían sido de gran importancia, resultaron superfluas y otras que apenas había apreciado, tomaron toda su fuerza y supusieron un importante combustible de Vida.
No os diré que no aprecie las comodidades, pero ahora ya no son ellas las que me poseen y, bien al contrario, son elementos absolutamente prescindibles que tienen el valor que merecen y no el que otrora les había adjudicado. Ha sido como soltar lastre, como desprenderme de una mochila de 50 kilos que no me aportaba más que una dependencia más con la que vivir.
¿Voy a seguir permitiendo que algo o alguien tenga poder sobre mi persona?