El camino del desierto tiene fin
Por Jordi Vilá
El sol es implacable, poderoso en su cometido, dejando una temperatura en la que cuesta respirar y cegando nuestros ojos, a nuestro frente arena, a los lados arena, detrás…arena. Es el desierto que estamos atravesando, de arena que quema nuestro espíritu y lo torna vulnerable en extremo.
El agua escasea, apenas algunas provisiones existentes en nuestras cantimploras que cada vez andan más exangües; cualquiera se rendiría a la evidencia: no lo vamos a conseguir, vamos a perecer en el intento.
Esa es una sensación que, en un momento u otro todos hemos atravesado, quizás ahora es el momento culminante en el que nos sentimos justo en medio de ese océano de sol y tierra, de muerte y desolación, pero este es, también, justo el momento en el que podemos ver hasta que punto somos resilientes, hasta que punto nuestras capacidades las pensábamos más cortas de lo que realmente son.
Permitirme un pequeño ejercicio mientras leéis estas líneas: levantar una mano lo máximo posible, mantenerla ahí y ahora, subirla 5 centímetro más. ¿Qué tal la experiencia?, ¿habéis podido subir un poco más la mano?. Realmente tenemos unas reservas que ignoramos hasta que realmente nos hacen falta y entonces sacamos lo mejor de nosotros mismos.
Nos podemos resignar y morir en el desierto, o podemos aceptar la situación, adaptarnos a ello, construir nuevas herramientas y continuar avanzando.
Nadie te dice que la próxima vez que levantes la vista, no verás ya alguna población, o la costa o un vergel; en una palabra, la salvación de la situación de angustia que estás viviendo.
Esta semana empezaba con arena por todos los lados, hasta que han ido apareciendo pequeños oasis que colmaban mi sed y, al final, he visto la costa, fresca, luminosa, húmeda y, entonces y solo entonces, he tomado consciencia del camino recorrido, de la valentía de continuar, de la fuerza de no darse por vencido.
¿Cómo andas de fuerzas?