Dejo de soñarte
Por Jordi Vilá
En noviembre de 2012 escribía un post que te invito a releer: Conóceme en lugar de soñarme, un post en el que te pedía que te esforzaras en conocerme en lugar de soñarme, un post que tuvo gran aceptación, supongo que porque muchos nos veíamos reflejados en él.
Distintas vivencias recientes, me han hecho replantear este artículo, llevándolo a la primera persona del singular: fui yo el que te soñé a ti, yo el que te imaginé de un modo distinto al que realmente eras, el que se forjó unas expectativas que, simplemente, eran irreales, con el impacto que en nosotros tenía.
Hoy entiendo que debo aceptarte como eres, con tus luces y tus sombras, que tengo que dejar de soñarte o, de lo contrario, cesar la relación, ya sea amistosa, profesional, amorosa, deportiva o de cualquier otro tipo.
Las relaciones tienen un inicio y un fin, aunque esa duración en ocasiones, pueda suponer más allá de una vida.
Quise ver en ti el reflejo de un anhelo, cuando tus deseos eran bien otros. Sí, debí indagar, debí preguntar, debí explorar tus inquietudes para contrastar que ambos estuviéramos viviendo en la misma idea y, en lugar de ello, me permití soñarte, me permití imaginar que eras como no eres, que pensabas como no piensas, que tus valores eran unos con los que no comulgas.
Hoy, disipado ya ese sueño, es cuando debo ser honesto contigo pero, sobre todo, conmigo mismo y con nuestra relación; ahora veo cuál es la realidad, cuales son tus intereses y cuales los míos, y el momento de decidir si lo acepto o continúo con mi camino sin ti, sin resentimiento, sin acritud, porque el trecho que recorrimos juntos, fue un camino de crecimiento, aprendizaje y comunidad.
No reniego de nada de lo hecho hasta ahora, simplemente aprendo del hecho de haberte soñado, pensando que quizás era justo al revés.
Un amigo cuya esposa tiene una enfermedad degenerativa, me decía ayer que esa enfermedad le ha mostrado lo que es realmente importante, lo que merece la pena, y lo que no y, conectándolo con mi sueño, me hizo pensar que nada era tan importante como nuestra propia libertad.
¿Volvemos a caminar?