Competitividad, ¿hasta dónde?
Por Jordi Vilá
Leyendo la prensa de esta mañana me encuentro con este artículo en El País, un artículo que no tendría más interés que el propio de los aficionados a la Formula 1 automovilística: los desacuerdos entre Hamilton y Rosberg, que ya han dado pie a tres incidentes en cinco carreras.
Esto mismo lo podemos ver en cualquier deporte, cuando el ego personal va más allá del bien común, o en una orquesta o banda musical, donde muchas de ellas se han deshecho precisamente por los egos superlativos de algún o algunos de sus miembros.
Lo mismo ocurre en cualquier tipo de colectivo y, ya que estamos, pensemos en aquellas organizaciones empresariales, en las que podemos ver como el lucimiento personal o la codicia personal da al traste con proyectos cuya viabilidad estaba más que garantizada.
¿Qué es lo que hay detrás de estos comportamientos?, posiblemente tantas razones como comportamientos hayan y aquí es donde, a mi modo de ver, alinear Misión, Visión y Valores puede tener una eficacia superlativa.
En casos como el enunciado, no valen medias tintas, hay que entrar a fondo en el problema, gestionarlo desde que este sale a la luz y trabajarlo tanto individual como colectivamente.
¿Cómo hacerlo?, mediante la participación de un facilitador externo, me atrevería a decir, ¿por qué externo? Porque, aunque si bien es cierto que carece del conocimiento de la cultura organizativa, también lo es que su asepsia está, en principio, asegurada.
Buscar la raíz de los problemas existentes, detectar las necesidades del sistema en su conjunto y de los individuos en particular puede ser un buen punto de partida para, a partir de ahí, acompañar al colectivo en la búsqueda de esa nueva identidad compartida por todos los componentes, en el bien entendido de que pueden quedar elementos descolgados del mismo.
No se trata de una broma, la competitividad mal entendida da pie a situaciones en las que la propia vida, de los individuos en el caso del artículo, de las organizaciones en general, está en juego.
¿Competimos o colaboramos?