Coaching, mi camino de Santiago
Por Jordi Vilá
Entre nosotros los coaches, hay un buen número que pretendemos realizar un viaje que no tiene fin: el viaje de nuestro crecimiento y, para ello, ¿qué mejor que contratar a uno de los compañeros en los que tenemos plena confianza?
Ayer tenía la segunda sesión del proceso que he iniciado hace algunas semanas, con el objetivo de hacer este viaje interior y pensé que sería una buena idea compartir con vosotros lo que el mismo supone para mi pero, más que las historias en sí mismas, las sensaciones, las vivencias, las emociones que se desatan en mi.
Cuando me planteaba iniciar este nuevo proceso (y van unos cuantos), le di unas cuantas vueltas para elegir a mi coach. Conozco a muchos que me merecen respeto y confianza, con algunos de los cuales ya he trabajado, pero esta vez buscaba a alguien que me acompañara en un trecho del camino para el que necesitaba a alguien con unas capacidades y habilidades muy concretas, ni mejores ni peores, simplemente, muy determinadas.
Dos fueron los nombres que aparecieron en mi lista y, a partir de ahí, el resto consistió en hablar con uno de ellos y cerrar nuestra alianza, la que nos permitiría realizar juntos el viaje, un viaje que adivino tortuoso y complejo dado el objetivo, pero también apasionante por los mismos motivos.
Iniciamos la primera sesión y mis sensaciones por la elección del coach se fueron confirmando, mi compañero transitaba conmigo con todo el arrojo, sin pararse en medias tintas, empujando dónde creía que debía hacerlo y dejándome el espacio necesario en los momentos en que esa era la necesidad que percibía.
La tarea intersesión causó una impresión que, en un principio, no había percibido, algo que descubriría a lo largo de esta segunda, en la que apareció con toda su transparencia. Fue algo así como un fogonazo de consciencia, que coincidió con la percepción de que lo que me estaba ocurriendo, no era fruto de la casualidad y sí, por el contrario, de la causalidad, percibir la resistencia a la aceptación de lo que está ocurriendo algo que, en sí mismo, no es bueno ni es malo, simplemente es.
Esta segunda sesión, al igual que la primera, la realizamos al aire libre, con todos los recursos existentes en la naturaleza, algo que también permitió algunos flirteos con la misma.
Si tengo que definir la sensación experimentada tras la sesión de ayer, esta sería consciencia. Debo reconocer que aún estoy usando poco mi hemisferio derecho y la racionalidad está primando, pero estoy convencido de dar el giro, algo fundamental para que la transformación se produzca.