Cadena de apegos
Por Jordi Vilá
Fueron tantos los apegos, que férreas cadenas limitaban con saña mi libertad, curiosa sensación la de sentirme preso de mí mismo y de mis supuestas necesidades, elementos anodinos que se tornaron imprescindibles, ya fueran en afectos o efectos, para el caso el resultado era el mismo.
Le pretendida necesidad que no era tal iba creando sedimentos cada vez más sólidos y robustos, cada vez más pesados en mi Ser, limitando por completo mis movimientos, hasta que llegó el día en que, por fin, las cadenas se rompieron y pude percibir que aquellos anhelos no eran más que eslabones de aquellas cadenas que me ataron durante tantos y tantos años.
Sí, grilletes de locura, de locura de posesión, y de codicia, que no de aquella ambición que hoy me impulsa, una ambición de ser y no te tener o de hacer.
Fue complejo encontrar las llaves de aquellos candados, entre otras cosas porque, a fuerza de buscarlas fuera, descubrí que no estaban en otro lugar que en mi interior, de ahí que me fuera imposible hallarlas si no me sumergía en mí mismo.
Une vez encontradas las llaves vinieron las dudas, ¿cómo seré sin esto o aquello, o lo de más allá? ¿quién seré sin estas o aquellas relaciones? ¿quién sin estos bienes y cargos?, y ahí empezaron a encenderse las luces en mi interior, primero poco a poco, después con mayor rapidez, como una fila de fichas de dominó.
Con todo ello llegó la libertad y, como paradoja, el mayor estado de abundancia. Por fin las cadenas se soltaban y, para llenar su vacío, tan solo la serenidad, no hace falta más, las necesidades se trasformaron en meras distracciones y entonces, acabó la angustia de la pérdida puesto que esta era liberación.
Aún quedan apegos, ¿cómo no iban a quedar?, aunque cada vez son menos y el camino me permitirá ir soltando el resto, hasta que ya no quede mayor apego que el propio desapego.
¿Qué es la libertad?, el máximo desapego.