Barreras que caen en el equipo
Por Jordi Vilá
Empezaba la sesión de Coaching de Equipos, como tantas otras veces, con una jornada completa de trabajo, que nos permitiría profundizar en el conocimiento de lo que aún no sabíamos si era un grupo o un equipo.
Ya habíamos tenido una entrevista con todos los miembros del colectivo por separado, líder del mismo incluido, a fin de contrastar la información que este último nos había proporcionado y que podía estar sesgada por su propia visión.
Inicialmente, como ocurre en la mayoría de los equipos que nunca han participado en una sesión de esta tipología, las caras demuestran estar a la expectativa, recelosos, aunque no exentos de ganas de bajar a las profundidades de lo que se está cociendo en los fogones de su cocina.
Somos conscientes de este hecho, de que no podemos arrancar a la máxima potencia ya que, posiblemente, ganaríamos algunas desconfianzas por el camino, así que preferimos ir con calma, poco a poco, dando el espacio suficiente, tanto a las personas como al propio sistema en sí mismo, iniciando la tarea, definiendo los propios límites de la jornada, el marco de actuación, el objetivo de la misma y su normativa, tanto comportamental como logística.
Conforme vamos avanzando, los miembros empiezan a mostrarse tal como son, catalizado por el hecho de mostrarnos, nosotros también, tal como somos, sin dobleces ni agendas falsas, algo que propicia la actuación del propio líder del equipo, que acepta dejar sus galones en el armario por el bien del conjunto.
No nos limitamos a los aspectos formales o racionales, les pedimos que piensen en grande, que se den permiso a ellos mismos para verse en toda su extensión, con sus grandezas y sus miserias. Les pedimos que exploren el mundo de las emociones, el mundo del hemisferio derecho, venciendo los frenos que años de actuación en contra han ido creando.
Empiezan a aflorar caras de sorpresa en cuanto vencen esas reticencias, sorpresa por haberse atrevido a salir de la zona racional para entrar en el mundo de la percepción holística. Directivos de primer nivel perciben entonces el impacto que sus palabras tienen en sus compañeros, el impacto que genera su comportamiento, su transparencia, su autenticidad.
La jornada llega a su fin, hacemos un círculo para cerrar y podemos percibir respiraciones aceleradas, gratitud y ganas de una mayor exploración, ya sea colectiva como personalmente. Hoy han crecido y nosotros hemos crecido con ellos; hoy algunas barreras que limitaban el crecimiento del equipo han caído, sin estruendo (o quizás si), algo grande ha empezado a cambiar.
¿Conducimos a nuestro equipo a un mayor conocimiento de sí mismo, de los límites que debe romper, de las fortalezas que posee y de las que aún no es consciente?